“No sólo de pan vive el hombre”.

Deuteronomio 26, 4–10; Sal 90, 1-2. 10-11. 12-13. 14-15; Romanos 10, 8-13; Lucas 4, 1-13

Al comienzo de la Cuaresma podemos tener la tentación de preguntarnos: ¿Qué me puede aportar otra Cuaresma más? Es verdad que muchos hemos visto pasar varias Cuaresmas, y quizás tengamos la impresión de que a pesar de habernos tomado en serio este tiempo litúrgico, con frecuencia seguimos en el mismo punto.

Sin embargo, la Iglesia nos vuelve a lanzar su invitación cada año, como el entrenador que invita a sus atletas al entrenamiento. El atleta serio sabe que debe esforzarse mucho en el ejercicio, sabe que su rendimiento no va a cambiar de la noche a la mañana; y, sin embargo, no deja de entrenarse porque quiere mejorar gradualmente, quiere llegar a ser mejor, y mantiene la esperanza de llegar a la meta unas fracciones de segundo antes que el segundo. Para nosotros, cristianos, el objetivo de nuestro entrenamiento cuaresmal es llegar a ser mejores discípulos, acercarnos más al Señor, fortalecer nuestra amistad con él, vivir más intensamente nuestra condición de hijos de Dios. Y los grandes ejercicios recomendados para nuestro entrenamiento son la limosna o la caridad, la oración y el ayuno.

Desde la primera lectura podríamos sentirnos parte de un pueblo que camina, que se encuentra con Dios, que ofrece sus dones. Hoy elegimos ser consagrados para vivir una vida en la que Dios es el único ante el cual nos postramos.

Y es algo que llama San Pablo, llegar a un punto esencial de nuestra fe y de la salvación. Es decir, a proclamar el nombre de Señor, y que pueda surgir de lo más profundo de nuestro ser, con la más sincera convicción, porque ello nos llevará a la salvación.

Respecto al especial evangelio, nos detenemos en cuatro puntos:

1.- El Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Jesús siempre actuó movido y dirigido por el Espíritu, sin que esto quiera decir que nunca sufrió las tentaciones de la carne. Jesús, como auténtico hombre que era, tenía un cuerpo físico, una carne, que le pedía satisfacer sus necesidades y gustos, como a cualquier otro hombre mortal. Jesús sufrió las tentaciones de la carne no sólo en el desierto, sino durante toda su vida mortal, hasta el último momento de su vida, ya en el madero de la cruz. Pero, fue siempre el Espíritu el que dirigió su vida, venciendo siempre todas y cada una de las tentaciones que el cuerpo físico y mortal le producía. Por eso, Jesús es, también en esto, nuestro modelo a seguir. Nosotros, los comunes mortales, estamos sufriendo continuamente las tentaciones de la carne, somos personas esencialmente carnales. Pero también somos personas espirituales, porque el Espíritu de Dios, el Espíritu de Jesús, actúa y quiere actuar constantemente en nosotros. Como personas espirituales que somos tenemos obligación cristiana de dejarnos conducir siempre por el Espíritu de Dios, por el Espíritu de Jesús. Esta debe ser nuestra principal lucha y tarea de cada día: obedecer al Espíritu, dejarnos conducir por Él, aunque el cuerpo se oponga y hasta quiera rebelarse contra el Espíritu. Tentaciones de la carne vamos a tener siempre, mientras vivamos, pero si somos dóciles a la voz del Espíritu, podremos asemejarnos a Cristo, ser auténticos cristianos, hijos de Dios, nuestro Padre y Creador.

2. Al final sintió hambre. La tentación de satisfacer las exigencias y los gustos del cuerpo. Estas tentaciones vienen siempre revestidas de una auto-justificación aparentemente exigente, porque el cuerpo necesita, evidentemente, pan para sustentarse y múltiples cuidados para mantenerse sano y eficaz. La respuesta de Jesús también es evidente: “no sólo de pan vive el hombre”, pero siempre podremos responder nosotros que tampoco sin pan, sin alimento corporal, puede vivir el hombre. En definitiva, de lo que se trata es de saber en cada momento cuáles son las exigencias del cuerpo necesarias y convenientes que debemos satisfacer y cuáles son las exigencias del cuerpo que no debemos satisfacer, porque se trata de exigencias y gustos que son perjudiciales para el espíritu. No siempre es fácil discernir cuándo se trata de exigencias corporales necesarias y convenientes para el cuerpo y para el espíritu y cuándo no. Es una tarea que debemos resolver encada caso con honestidad y conciencia cristiana, obedeciendo siempre al espíritu, para no dejarnos llevar por las tentaciones de la carne. Cristo prefirió pasar hambre, antes que obedecer al diablo.

3.- Si te arrodillas delante de mí, todo será tuyo. Es la tentación del poseer bienes materiales, a costa de cualquier precio espiritual. En nuestro tiempo, el tema de la corrupción social, económica y política es un buen ejemplo para entender esta clase de tentaciones. Arrodillarse ante quien sea, hacer todas las trampas que haga falta, con tal de conseguir llenar las arcas de nuestro orgullo y de nuestra ambición. Por lo que se ve, es una tentación en la que es fácil caer y en la que de hecho caen muchas personas. Nosotros, como cristianos, además de condenar resueltamente la corrupción venga de donde venga, debemos examinarnos a nosotros mismos en nuestro diario vivir y actuar. Los bienes materiales deben estar siempre al servicio de los bienes espirituales y la obediencia al espíritu debe frenar y, en todo caso, dirigir nuestra tentación de poseer. El ser debe ser puesto siempre por encima del poseer. Cristo rechazó el poder del mundo, para poder seguir siendo siervo e Hijo de Dios.

4.- Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “encargará a los ángeles que cuiden de ti”. La tentación del orgullo y la vanidad, una tentación que todos sufrimos desde que nacemos. Todos queremos que nos quieran y que nos valoren y, más de una vez, para conseguir esto nos comportamos con hipocresía y poca sinceridad. De todos modos, esta tentación mientras no vaya en perjuicio de los demás puede no ser demasiado grave. Pero cuando por orgullo y vanidad hacemos daño al prójimo estamos haciendo algo realmente malo. Todos los milagros y obras grandes que hizo Jesús fueron hechos para hacer el bien a los demás, no para engrandecer su fama y popularidad. Como cristianos debemos pensar que Dios nos ha enviado a este mundo, antes para servir a los demás que para ser servidos por ellos.

En fin, para no desviarnos de la ruta cuaresmal, tomemos como punto de partida las Palabras con las que Jesús venció al tentador en el desierto: Acojámonos a la Palabra de Dios, que no solo es el alimento de nuestro espíritu, sino también una espada y nuestro escudo; prefiramos a Dios antes que a los ídolos que nos esclavizan; confiemos inquebrantablemente en sus promesas, aunque de momento no veamos ni de lejos su realización definitiva.

Bendecido inicio del camino cuaresmal hacia la Pascua.