«Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»

Hechos de los Apóstoles 5, 27b-32. 40b-41; Sal 29, 2 y 4. 5 y 6. 11 y 12a y 13b; Apocalipsis 5, 11-14; San Juan 21, 1-19

Seguimos celebrando la Pascua del Señor. “Dios resucitó a Jesús y le constituyó Señor”, anuncia Pedro ante el Sanedrín (1ª lectura). Es el centro del mensaje cristiano, en todos los tiempos. Esta convicción profunda de fe, convierte a los discípulos en apóstoles de la Resurrección: “Nosotros somos testigos de ello” sigue Pedro. La resurrección de Jesús cambió la vida de sus discípulos y dio una identidad definitiva a la comunidad cristiana.

Las lecturas de este domingo narran una aparición de Jesús a los discípulos en el lago  y los  primeros pasos de la iglesia naciente. Resaltan el sentido evangelizador de la comunidad cristiana y la presencia en ella de Jesús. 

El evangelio no invita a lanzar las redes en nombre de Jesús -“sin mí no podéis hacer nada”-, confiando en su palabra. Junto a Pedro que sale a pescar hay otros discípulos, siete en total, signo de totalidad, indicando que la evangelización es tarea de toda la comunidad. La pesca en la noche (sin Jesús) es infructuosa, pero cuando le escuchan y siguen sus indicaciones las redes se desbordan; solo con El la evangelización dará fruto. Los 153 peces (para los antiguos eran las especies de peces que existía en los mares) grandes y el que la red no se rompa, significan la plenitud y universalidad de la Iglesia, simbolizan la totalidad de los hombres destinatarios del evangelio, sin distinción de lengua, raza, sexo o condición social. Pedro está desnudo, símbolo de debilidad, antes de conocer a Jesús; cuando lo reconoce “se ciñe la túnica” símbolo de servicio, se tira al agua (gesto de dar la vida) y se sienta a la mesa para compartir el fruto de la pesca =participa en el banquete del Señor y de los hermanos. (F. Ulibarri).

La 2ª parte del evangelio, recoge la conversación de Pedro con Jesús. En ella Jesús le confía la responsabilidad  y primacía de la comunidad, sobre una triple confesión de amor, que recuerda  la triple negación en la pasión. “Me amas- Tú lo sabes todo- Apacienta- Sígueme”.   Pedro es el personaje más nombrado del NT, después de  Jesús.  Los evangelios le presentan como prototipo de discípulo, no por su ejemplaridad, sino por su conversión. Pedro puede ser  un referente para el proceso del discípulo de todos los tiempos.   

“El discípulo amado” es el que reconoce a Jesús en la orilla y se lo indica a los demás. Y el amor será el signo y fundamento de la comunidad y lo que logrará  que la red no se rompa. Fue el amar “más que estos”  lo que trasformó, al Pedro de la espada y de la ambición de los primeros puestos, en discípulo y pastor. El seguimiento y opción por Jesús exige la renuncia a toda  forma de poder y de violencia, en la vida y especialmente en el servicio a la comunidad.

No siempre ha sido así. A lo largo de la historia de la Iglesia  la red de la fraternidad  y del servicio  se ha visto desgarrada y rota  por mil sutiles formas de ambición y de dominio, sobre la sociedad y al interior de la comunidad. Incluso hemos justificado  la violencia y el abuso de poder,  en nombre de Dios.

En este momento, en que la propia Iglesia toma conciencia de los abusos de poder que se han dado en su seno, resuena con nueva fuerza el mandato de Jesús y su pregunta a Pedro: ¿me amas más que estos?. Hoy podemos preguntarnos: ¿es el amor lo que nos mueve a los discípulos, especialmente a los pastores?; es el amor quien rige nuestras relaciones y quien inspira nuestras actitudes y decisiones, nuestras normas e instituciones?

La 1ª lectura insiste en La misión evangelizadora como la tarea esencial y permanente de la Iglesia, desde su inicio. Pedro proclama  la esencia del mensaje cristiano: “El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús y lo constituyó Señor.  Esta convicción profunda de  fe, convierte a los discípulos en apóstoles de la Resurrección “nosotros somos testigos de esto”. Y ni las prohibiciones ni las persecuciones podrán frenar ese impulso evangelizador porque  “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.

  Esa es la actitud del hombre de fe.  Lo difícil es saber cuál es  el pensamiento y la voluntad de Dios para no atribuir a Dios lo que en el fondo son deseos o  intereses nuestros. En este caso, tanto los judíos como los apóstoles actuaban en nombre de Dios. ¿Cómo discernir cual es la voluntad de Dios?   Gamaliel da un criterio siempre válido: “si es obra de los hombres, se destruirá sola. Si viene de Dios no podréis destruirla”.  No nos apresuremos a condenar o rechazar cualquier idea o propuesta nueva que contradiga nuestra manera de pensar o de hacer, ni nos dejemos llevar por el inmediato y rápido éxito.    En cualquier caso la Palabra de Dios y su voluntad requiere siempre discernimiento a partir de los signos en los que se nos manifiesta.

La  Iglesia tiene que seguir anunciando con audacia y valentía la Buena Noticia de Jesús.  En un momento en que podemos sentirnos, como Iglesia, asediados, perseguidos, y condenados, Dios nos sigue diciendo: “echad las redes”, no temáis yo estoy con vosotros en la barca, sed  testigos vivos del Resucitado. ¿Dónde? En las tareas y vida de cada día. ¿Cómo? Poniendo amor donde reina la violencia, despertando esperanza en medio de la tormenta, promoviendo la justicia y la dignidad de las personas a pesar de las prohibiciones y persecuciones,… consolando, perdonando, liberando.  Eso es vivir y celebrar la Pascua.

Pidamos al Señor, para nosotros y para todos los creyentes, la parresía de la primera comunidad cristiana.