“Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”

Isaías 40, 1-5.9-11; Salmo 84; 2 Pedro 3,8-14; Marcos 1, 1-8

Las bellísimas palabras con las que inicia la lectura del profeta Isaías que acabamos de escuchar, son para nosotros todo un anuncio de esperanza: “Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios”.

Se trata del grito de esperanza que el profeta lanza al pueblo que sufre estando en el exilio, lejos de su tierra, y que quieren motivarlos a que reaviven en sus corazones la esperanza que se iba apagando con el dolor que vivían.

Y el motivo por el que el profeta canta el consuelo para Israel es la llegada de Dios, que viene a liberar a su pueblo: “Mirad, el Señor Dios llega con poder, y su brazo manda”. Se trata de un anuncio especial que le recuerda al pueblo la fidelidad de Dios que no los ha dejado abandonados a su suerte, ni los ha soltado de la mano, sino que incluso cuando todo parece perdido y cuando las sombras de muerte se venían sobre ellos, es cuando mejor se muestra la presencia de Dios que viene a caminar con su pueblo y a renovar con ellos su alianza.

Pero recibir al Señor, implica para el pueblo la necesidad de prepararse, de enderezar caminos, de abrir sendas aún en el desierto, de enderezar lo torcido e igualar lo escabroso. Esa es justamente la imagen que el profeta usa para llamar la atención a Israel acerca de la necesidad de que Dios encuentre un pueblo bien dispuesto para su venida, para su llegada.

Pues bien, eso que de lejos vislumbraba Isaías en el Antiguo Testamento: la llegada de Dios que viene a caminar con su pueblo, se ha hecho realidad plenamente en Jesús. Él es llamado con razón Emmanuel, Dios-con-nosotros, pues en Él Dios mismo ha salido al encuentro del hombre.

Y por eso el Evangelio que hemos escuchado hoy y que es el puro inicio del Evangelio de San Marcos nos decía: “Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”.

Evangelio, es decir, Buena Noticia; quizá la noticia más importante de toda la historia, la noticia que todo lo transforma, que todo lo hace nuevo: en Jesús Dios no es más el Dios lejano, en Jesús Dios se hace cercano al hombre, se hace su compañero de camino. En Jesús Dios se hace hombre para salvar al hombre.

En la novena de navidad que pronto comenzaremos a rezar, escucharemos unas palabras que bien sintetizan el contenido de ese Evangelio, de esa Buena noticia: “y por eso el Verbo Eterno ardiendo en deseos de salvar al hombre resolvió hacerse hombre también y así redimir al culpable”.

El anuncio de Juan el Bautista que hemos escuchado en el Evangelio de hoy, quería precisamente ayudar a disponer los corazones del pueblo, para que pudieran acoger al que venía detrás de Él. Por eso él que era la voz que grita en el desierto, no tenía otro objeto en su predicación que decir a todos: “Prepárense, preparen el camino del Señor”.

Desafortunadamente, muchos de los hombres de su tiempo, no estaban preparados para acoger en su corazón esta noticia del amor de Dios; y por eso muchos de ellos prefirieron cerrar sus corazones al niño de Belén, que venía a traer la paz de Dios.

También la Iglesia en estos días, nos está invitando a todos nosotros a mirar con esperanza el futuro. Este tiempo de adviento es un consuelo para todos nosotros, que también vivimos momentos de dolor, de soledad, de prueba, de crisis; para nosotros que necesitamos que Dios venga a hacerse presente en nuestra vida.

Pero para acoger la buena noticia de Dios necesitamos prepararnos, necesitamos disponer la vida y el corazón: Nuestro Dios viene y nos salvará; pero para que esta Buena Noticia sea una realidad en nuestra vida, el Señor deberá encontrar en nosotros un corazón bien dispuesto, que se abra de par en par a su acción misericordiosa.

La Iglesia es como el nuevo Juan Bautista, que va delante del Señor proclamando al mundo en este tiempo de adviento la necesidad que hay que entrar por el camino de la conversión, del cambio de vida. Fijémonos en el detalle que nos narra el Evangelio: cuando la gente acudía donde Juan lo que hacía era reconocer sus pecados y él los bautizaba.

Así también nosotros, somos llamados a acercarnos a la Iglesia, al Sacramento de la Reconciliación, para que acercándonos a la misericordia de Dios y arrepintiéndonos de nuestros pecados, podamos tener el corazón y la vida bien dispuestos para recibir al Señor.

Por eso este tiempo de adviento es a la vez un tiempo de esperanza y un tiempo de penitencia: porque mientras con esperanza miramos el horizonte de nuestra vida en Dios, debemos emprender el camino de prepararnos para su llegada de modo que nos encuentre sin mancha ni reproche como decía el apóstol San Pedro en la segunda lectura que hemos escuchado.

Pidámosle al Dios con el corazón confiado que no muestre su misericordia, que nos regale su salvación como le decíamos en el Salmo; pero pidámosle sobre todo que nos de la gracia de prepararle el camino de su venida, para que así la acción de su gracia encuentre en nuestra vida un lugar abierto y dispuesto y así Jesús sea de verdad una Buena noticia de salvación para nosotros.