Estamos al inicio del tiempo ordinario, (comenzado ya con el bautismo del Señor, el domingo anterior) y la liturgia nos propone una rica mesa de la Palabra en clave vocacional: La historia del profeta Samuel al servicio del templo junto al profeta Elí;  y, esta al instante, ha recibido la acertada y reconocida respuesta del salmo 39: “Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad” anticipada ya en el triple “Aquí estoy, porque me has llamado” del Joven Samuel, aludiendo al “3 veces Santo” y su respuesta inducida por el sacerdote “Habla que tu siervo escucha”. Samuel ha nacido de padres avanzados en edad y estériles, por eso cumpliendo lo ofrecido al Señor, a cambio del benevolente don de su concepción, ha sido consagrado al templo, donde recibió la llamada del Señor, en un tiempo en el cual no eran comunes estas manifestaciones. Este es el profeta que unge y acompaña la misión del rey mesiánico, David que, a saber, era también un muchacho cuando aquello sucedió.

El relato del evangelio de hoy se encuentra en una llamada semana inaugural, que bien podría compararse a la semana de la creación, de hecho, en las primeras palabras del evangelio en el prólogo, Juan nos trae a la memoria el génesis “En el principio” (Jn 1,1/Gen 1,1); de acuerdo con algunos estudiosos, Jn 1, 19-28 con el testimonio del Bautista sobre sí mismo comienza esta gran semana, el 2do día en los vv.29-34, que leíamos el domingo anterior; ahora el tercer día, a partir de v. 35- Juan da testimonio de Jesús y dos de sus discípulos lo siguen, uno de ellos cuenta su experiencia personal a su hermano y este también sigue al Mesías; Por último, Natanael, va a ser declarado “un israelita de verdad”, es conocido por dentro. Aludiendo a la costumbre de escrutar debajo de una higuera (símbolo de Israel), puede decir que el verdadero israelita es el que busca en las Escrituras, en donde está la respuesta. Lo que no le cuadra es que “éste es de Nazaret”, pero después de la confesión del verdadero israelita de Jesús, como descendiente de David, Hijo de Dios, rey de Israel, todo queda pendiente de lo absoluto de Jesús, que anuncia que verán el cielo abierto, constituyéndose como el nuevo Jacob que acaba de conformar al nuevo Israel. Así se cierran los cuatro primeros días. 

Y ¿qué pasó con los otros tres? ¿malas cuentas?, no, puesto que el capítulo 2 de Juan, comienza diciendo “tres días después” se celebraba una boda en Caná de Galilea; sí, allí comienza el libro de los signos Joánicos y con este, la misión propiamente dicha, la obra del Padre en este mundo, para lo cual no ha querido estar solo, sino reunir en torno a si una comunidad a quienes amará hasta el extremo (Jn 13,1) y junto a ellos comienza las señales para que crean, en un banquete de bodas, en la cual bendice y alegra la vida de los esposos, con la abundancia del mejor vino.(2, 10-11); y, así mismo comenzará su camino hacia su “hora de la gloria” junto a estos que eligió, en un banquete en el que lava sus pies y se entrega por completo, en donde, me atrevo a decir, alude o prepara también una boda, pero esta vez “las nupcias del cordero” así como ha sido presentado por el bautista “el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (v.29), el esposo de quién el Bautista mismo, fuera el amigo que se alegra al oír su voz (3,29).

     Los cuatro evangelistas atestiguan que Jesús desde el primer momento de su misión, quiso rodearse de personas que le acompañaran y compartieran sus tareas y preocupaciones. No fue un hombre solitario. En todo momento aparece acompañado, excepto en sus breves retiros personales y cuando envió a sus discípulos de dos en dos a hacer su primer ensayo de predicación evangélica (Mc 6,7-13). Esta es la primera preocupación y actividad de Jesús: “Llamar colaboradores a su misión”, obreros a la mies, que es mucha” (Mt 9,36-38).

     Cuatro características podemos llevar hoy a meditación: 

  • El testimonio de alguien probado: Los discípulos oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús (v37)
  • El encuentro y permanencia con Jesús: Jesús les dijo: ¡vengan y lo verán!  fueron, vieron dónde vivía y permanecieron con él.
  • La invitación del Maestro es siempre imperativa: Vengan y lo verán, sígueme, “Tú te llamarás” Cefás, con el cual les cambia radicalmente la vida.  
  • La llamada tiene tintes comunes, pero es personal: Samuel estaba consagrado al templo y Dios lo llamó a profetizar; los primeros días de la semana inaugural de la nueva creación, llama a los que quiere que estén con él, para enviarlos a predicar, pero la llamada directa es narrada totalmente diversa a cada uno y al final bendice con la abundancia una boda. 

     La vocación cristiana en cualquiera de sus formas, es siempre un don gratuito de Dios; pero este don exige una respuesta libre y personal. Cada uno tiene la responsabilidad de forjar y encausar su propia vocación; pero también la de dejarse guiar por el acompañamiento y el testimonio de quien ha vivido la experiencia y busca acercarnos al extraordinario encuentro con el único y verdadero “Rabí” que dice: ¡Ven y los verás! Y luego, ¡sígueme! Cambiando por completo nuestro horizonte.  Ahora bien, no basta con el sí de la promoción vocacional o la del día de la ordenación sacerdotal, ni con el consentimiento del día de la boda para quienes han dado este paso o el día de los votos perpetuos y así los días solemnes de la propia opción vocacional; es necesaria una respuesta de “cada día”. Todos los días se renueva la creación, cada día es una semana inaugural de la misión a cuya llamada hay que responder a diario: Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad.

Jackson Nel Ortíz- Sacerdote de Ecuador