En estos domingos pasados hemos estado reflexionando en la llamada de Jesús a cada uno de sus apóstoles y por ende también reflexionamos en la llamada particular que nos ha hecho a cada uno de nosotros. 

Después de la llamada el Señor quiere que seamos verdaderos discípulos suyos y por eso hemos entrado a la escuela del discipulado de Jesús Maestro, es una escuela particular en la que se aprende no con enciclopedias, libros o manuales, sino en la que se aprende observando las cosas de cada día, lo cotidiano y claramente poniendo mucha atención a las palabras y obras de Jesús.

El Señor nos invita a ser sus discípulos, y la actitud que hoy nos pide el Señor es la de escuchar atentamente su voz, como hemos dicho en el salmo responsorial, y al escuchar su voz no endurecer nuestro corazón. 

Endurecer el corazón es el mayor de los errores que podemos cometer, pues nos volvemos sordos a los mandatos del Señor y nos volvemos ciegos para observar las maravillas que él obra en nuestra vida. Al endurecer nuestro corazón no seremos capaces de reconocer al Señor que se nos hace presente en nuestra cotidianidad, seriamos como aquellos que a pesar de tener a Jesús en medio suyo no eran capaces de reconocer lo que inclusive el demonio del que se nos habla en el Evangelio pudo reconocer: la presencia del Hijo de Dios. 

Pero, ¿Cómo escuchar la voz de Dios?, bueno no es tarea fácil, máxime si consideramos que en el mundo en el cual vivimos existe una cantidad excesiva de sonidos y voces que desvían nuestra atención, además que pareciera que sufrimos de un déficit atencional en lo que se trata a escuchar a Jesús, claro, porque las cosas de este mundo son mucho más atrayentes a nuestros sentidos. 

Y es que escuchar la voz de Dios a veces es hasta desagradable a nuestro gusto, porque esa voz muchas veces sale de la boca de los pobres, de los marginados, de los abandonados, de aquellos que se me hacen más despreciables, inclusive de aquellos que consideramos nuestros enemigos. Por eso hay que estar muy atentos para escuchar al Señor. 

Aquel que verdaderamente escucha la voz del Maestro se va configurando con él, su corazón se transforma en manso y humilde, tierno, no de piedra, sino de carne, sí, de carne, humano, tan humano que es capaz de enternecerse por el sufrimiento y de alegrarse por los gozos de los otros. Tan humano como el que ha querido adquirir Jesús para experimentar lo que nosotros vivimos, para sentir como nosotros sentimos, para amar como nosotros amamos y para llorar como nosotros lo hacemos. 

Escuchar la voz del Señor es seguir su ejemplo de entrega y compromiso, aquel que nos enseña con autoridad, porque lo que predica lo cumple en su vida, porque sus palabras no son vacías y su vida esta repleta de acciones más que de discursos.

Ahora bien, recordemos que una vez más hemos entrado a la escuela del Maestro. Fijémonos en sus enseñanzas, en su ejemplo y preguntémonos ¿Que me llama la atención de la forma de vivir de Jesús, su autoridad que tiene que decirme hoy? 

En el evangelio el espíritu inmundo reconoce a Jesús, pero lamentablemente mucha gente no, ¿Reconozco a Jesús? ¿Lo reconozco en mi hermano, en aquel que es más débil, en aquel que me desprecia, en aquel que no me agrada? Es más: ¿Reconozco a Jesús en mi propia vida, en todas las cosas que me ha dado, en mi familia, en mis estudios, en mis compañeros de clase, en los profesores, en los que comparten el día conmigo, en mis trabajos? Y si lo reconozco ¿Quién es él para mí?

Ahora bien, Jesús con una orden expulsa al espíritu inmundo de aquel hombre del relato que hoy escuchamos en el evangelio y este hombre queda liberado. También a nosotros él puede librarnos de muchas ataduras, no necesariamente tiene que pasar algo extraordinario y sobrenatural para reconocer la presencia de Jesús; todos necesitamos alivio y consuelo y ser liberados de muchos demonios como el egoísmo, la indiferencia, las ansias de estar por encima de los demás y muchos otros que nos atormentan. Pidámosle al Señor que nos libere de todo esto y que cada día podamos escuchar de una forma más clara su voz.  

Jesús Rafael Zúñiga Umaña (Costa Rica)