Ellos salieron a predicar la conversión”.

Amós 7, 12-15; Sal. 84, 9ab-10. 11-12. 13-14; Efesios 1, 3-14; Marcos 6, 7-13

Las lecturas de este domingo nos invitan a comunicar, compartir, anunciar lo que hemos recibido gratuitamente como discípulos y misioneros de Jesús. Quizá una de las razones por las que mucha gente no conoce el Evangelio de Jesús o tiene una idea distorsionada del mismo o se muestra indiferente sea por nuestra falta de «evangelización». Evangelización entendida como la comunicación gozosa de la Buena Noticia, no tanto con palabras rebuscadas y difíciles sino con sencillez y profundidad, pero también con la belleza del testimonio personal y comunitario. Estamos invitados e invitadas a renovar nuestro compromiso, don y tarea de todo bautizado: anunciar con alegría el Evangelio que trae la vida verdadera.

La lectura del profeta Amós es toda una revelación de su vocación y de su misión. Donde muestra que la llamada de un profeta verdadero siempre provoca admiración y desconcierto.

Amós se presenta en la ciudad de Betel, santuario real del reino de Israel, en el que el sacerdote Amasías le reprocha que venga a poner malos corazones y a juzgar a la monarquía, la corte entera y los oficios sagrados de los sacerdotes del santuario. Amós se defiende con que “no es profeta ni hijo de profeta”; quiere decir que no es profeta de los que dicen lo que los poderosos quieren que se diga, para que el pueblo acate sus decisiones. Amós es un profeta verdadero que no puede callar la verdad de Dios. El verdadero profeta no tiene miedo a los reyes ni a los que detentan la ortodoxia religiosa.

La segunda lectura es un himno o eulogía (alabanza), a Dios, probablemente de origen bautismal, como sucede con muchos himnos del NT; desde luego ha nacido en la liturgia de las comunidades cristianas. Un himno que plasma que Dios, desde siempre, nos ha contemplado a nosotros, desde su Hijo. Dios mira a la humanidad desde su Hijo y por eso no nos ha condenado, ni nos condenará jamás a la ignominia. El es un Dios de gracia y de amor. La teología de la gracia es, pues, una de las claves de comprensión de este himno. Sin la gracia de Dios no podemos tener la verdadera experiencia de ser hijos de Dios. El himno define la acción amorosa de Dios como una acción en favor de todos los hombres.

El evangelio de Marcos es el envío a la misión de los Doce discípulos que Jesús se había escogido (cf Mc 3,13-19). Es una misión en itinerancia, ya que el reino de Dios que deben anunciar y que Jesús está haciendo presente debe tener un carácter de peregrinación. Y construir una “comunidad” sobre esta itinerancia es una de las claves de los seguidores de Jesús. El fue un itinerante que proclamaba el reino en aldeas y pueblos. La itinerancia habla en favor de algo nuevo, de algo no estable para siempre.

Jesús ha llamado a sus seguidores más cercanos, es decir, a los Doce y los envía con instrucciones bien precisas acerca de cómo deben ir a predicar por los pueblos y aldeas de aquella Galilea del siglo I. Lo mismo hizo Dios con el profeta Amós: lo llamó y envió a profetizar…

Esta es la vocación de todo bautizado y bautizada. Todo discípulo de Jesús está llamado a ser misionero, está destinado a ser enviado, a ponerse en camino, a compartir con sus hermanos y hermanas una Buena Noticia. Esto exige una respuesta, y también la renuncia a ciertas comodidades y seguridades. El discípulo es enviado solo con lo imprescindible para el camino, está llamado a confiar completamente en el que lo envía; es por eso que no necesita prever cosas para el camino.

Los envía con la autoridad sobre los espíritus inmundos, que no es más que llamar a la conversión.

Invitar a la conversión porque simplemente necesitamos echar esos «espíritus inmundos» que contaminan nuestras relaciones interpersonales y fraternas, nos vuelven indiferentes al sufrimiento del hermano y la hermana, esclerotizan nuestros corazones frente al otro que busca refugio, salud, trabajo, oportunidad de crecer, amor, respeto, libertad, en fin, una vida digna, pero que no son «de los nuestros». Y así podríamos hacer una lista mucho más larga de los valores, actitudes y comportamientos que son contaminadas precisamente por esos «impuros espíritus».

Echar los demonios y curar forma parte de la misión de los enviados. Jesús les ha dado autoridad para eso. En este mundo atravesado por las muertes y enfermedades a causa de la pandemia, más que nunca se hace necesario el servicio de los discípulos y misioneros que curen diversas enfermedades y conforten a los cansados del camino. El anuncio del Evangelio no es indiferente al sufrimiento del hermano y hermana: curar, consolar, aliviar el dolor, el sufrimiento, el hambre, el frío, la falta de amor, el rechazo y la discriminación.

Ser voces y hechos del evangelio como estilo de vida es nuestra misión. Que Dios nos guíe hacia ello.

¡Bendiciones!