«Hombre, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre vosotros?».

Eclesiastés 1, 2; 2, 21-23; Eclesiastés 1, 2; 2, 21-23; Colosenses 3, 1-5. 9-11; Lucas 12, 13-21

En cada Eucaristía rememoramos la vida de Jesús y escuchamos su Palabra. Vida y Palabra siempre novedosas, provocativas, que nos plantean retos y cuestionamientos a nuestra propia existencia.

Este domingo el hilo conductor de los textos litúrgicos, va en la línea del rechazo de los bienes materiales, del dinero, de ese deseo de tener más y más. Es cierto: una de las críticas más habituales a nuestro mundo es que hemos caído en el materialismo, el consumismo que nos domina, el dejarnos llevar por el mero ansia de tener más, de acumular, acaparar, almacenar…

“Vanidad de vanidades”. Esa es la primera lectura de hoy. Es toda una filosofía la que está a la base de este juicio; un escepticismo ante tantos afanes y tantas angustias. ¿Qué actitud tomar? ¿Pasar de todo? Posturas como las de Qohélet las ha habido siempre y no son negativas radicalmente, sino que expresan, a veces, una actitud “sabia” en la que se intuye que debemos tomarnos la vida de otra manera: sin envidias, afanes, comparaciones con las riquezas de los otros.

Ahora bien, no se trata simplemente de llevar una vida más cómoda y menos tensa. Por eso al juicio de Qohélet le falta una dimensión, la que Jesús nos ofrece en la parábola evangélica.

La segunda lectura apunta de nuevo a las claves bautismales de la vida cristiana, a lo que significa haber resucitado con Cristo por el bautismo, y a lo que nos obliga vivir en cristiano. El bautismo es un compromiso de vida. ¿Qué significa que nuestra vida está escondida en Cristo? Pues que es El quien nos inspira, quien nos va liberando de todo aquello que en la tierra nos enfrenta los unos a los otros. El bautismo nos hace personas nuevas, porque nos situamos ante los horizontes de lo que Jesús vivió.

El relato del evangelio de Lucas es como la respuesta a los planteamientos de Qohélet. Efectivamente, Lucas es un evangelista que ha marcado la diferencia en el Nuevo Testamento como juicio de la riqueza y sus peligros para la verdadera vida cristiana. Lucas es defensor de los pobres, aunque no de la pobreza. Jesús, el profeta, no ha venido para ser juez de causas familiares, o empresariales, o sociales, ya que esas leyes de herencia, de impuestos, de salarios justos, se establecen a niveles distintos. Y no quiere ello decir que en las exigencias del Reino de Dios se excluya la justicia, especialmente para los pobres y oprimidos.

La parábola del rico que acumula la gran cosecha y engrandece sus graneros, en vez de distribuirlo entre los que no tienen para comer, es toda una lección de cómo Jesús ve las cosas de esta vida, aunque él persiga objetivos más grandes. Quien no se desprende de las riquezas, pero se preocupa de amasarlas constantemente, además de cometer injusticia con los que no tienen, se encontrará, al final, con las manos vacías ante Dios, porque todo su corazón estará puesto en tener un tesoro en la tierra. No tendrá tiempo para vivir, para ser sabios… para entregarse a los demás como se entrega a las producción de riquezas.

Con referencia a la actitud de Qohélet, Jesús nos dice que quien se afana por las cosas de este mundo y no por lo que Dios quiere, al final, ¿cómo podrá llenar su vida? ¿cómo se presentará ante Dios? La acumulación de riquezas, pues, es una injusticia y la injusticia es contraria al Reino de Dios. Por lo tanto, este evangelio es una llamada clara a la solidaridad con los pobres y despreciados del mundo; una llamada a compartir con los que no tienen.

Uno de los rasgos más llamativos de la predicación de Jesús es la lucidez con que acertó a desenmascarar el poder deshumanizador y esclavizador que encierran las riquezas. Pero Jesús no se presenta como un moralista que se preocupe de cómo adquirimos nuestros bienes y cómo los usamos. Su objetivo es hacernos ver que el riesgo mayor de vivir solamente para disfrutar de las riquezas está en olvidarnos de nuestra condición de hijos de un Dios Padre, y de que somos hermanos de todos.

Como seres biológicos que somos, tenemos unas necesidades que atender y debemos hacerlo lo mejor posible, pero no puede ser ese el objetivo de nuestra existencia. Por ello, estas lecturas de hoy nos plantean nuevos horizontes:

  • Buscar los bienes de arriba
  • Guardarse de la codicia
  • Trabajos y preocupaciones sin descanso ¿de qué sirven al final?

¿Por qué esta insistencia? No porque lo material sea malo en sí mismo, sino porque se puede interponer entre nosotros, separarnos, distanciarnos, sobre todo, de las personas más necesitadas, de nuestro prójimo. Por tanto, siguiendo el consejo de Pablo a los Colosenses, no nos dejemos engañar. Cada día podemos hacer un cierto esfuerzo por ir despojándonos de la vieja condición humana, para avanzar en una cierta vida nueva, revestidos a imagen de Cristo. Él, siendo rico, sí que se hizo pobre para hacerse como nosotros, acercarse a nosotros, y darse totalmente para abrirnos a la vida plena y verdadera.

En fin, debemos luchar con fuerza contra la riqueza que nos aleja de los demás; y contra la pobreza que puede impedir la necesaria libertad para descubrir nuestro verdadero ser y la dignidad de toda persona.

Nuestro trabajo, nuestros esfuerzos, tienen sentido desde esta perspectiva: que la riqueza sirva para satisfacer las necesidades básicas de todos. Pidamos cada día al Señor que no nos cansemos de construir el Reino de Dios, de fomentar fraternidad, de hacer que triunfe la justicia…¡Eso es ser rico ante Dios!

¡Bendecido domingo!